Amirita de mi corazón,
mi amanecer es un bloque de hielo,
las escarchas duran todo el día
y pesa llevar tanto hielo hasta después del ocaso.
Mientras en tu corazón el sol sale cada mañana,
corriendo, alegre, riéndose.
Amirita, quisiera detener el tiempo,
quisiera que tu niñez fuera eterna
para que no te dieras cuenta de las cosas malas de la vida,
para que perdurara en ti la fantasía, la magia,
las creencias infantiles que después se convierten en una burla
cuando se las cuentas a los grandes.
Quisiera que tus ojos siempre se mantuvieran nobles,
como cuando los cierras y aparecen en tu mente las figuras más extrañas,
esas que ni siquiera puedes describir pero que sabes que son buenas.
No te des cuenta de las cosas, querida mía,
no sepas quiénes son los que herirán tu corazón,
no mires a quienes bajarán su mirada cuando los descubras,
no pruebes la amargura, mucha de ella no se va de tu paladar.
No quieras ser igual que aquel que no te tendió su mano.
No huelas esos perfumes cargados de malos recuerdos.
No desees, Amiri, no desees hacer lo mismo que te hicieron.
No te conviertas, no sepas, no reconozcas.
¿Acaso te ofrezco la ceguera ante la realidad?
¿Acaso puedo esconder ese sol tuyo para que no veas el planeta desierto?
¿Es posible asolarlo todo para dejarte tu casa rosada?
¿Es posible llevarte solo rosas y no espinas?
¿Es posible?
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