La lluvia baja llena de ángeles y canciones. Parece alegre al pringar en mi ventana, le gusta saber que me da miedo si toca mi rostro, le gusta asustarme con sus ráfagas que se estrellan contra esta ventana que me separa de su húmeda realidad y mi cálida habitación.
A mí me gusta tentarla, me gusta que sus gotas transparentes vean mi rostro a través de mi ventana transparente, me gusta que vea mis ojos que también son gotas mojadas por la nostalgia, una nostalgia que rememora los días de mi niñez, cuando era mi abuela la que me protegía de la lluvia.
Yo le preguntaba por los pájaros. ¿Qué estaría haciendo la paloma que tenía su nido en el limonero?
Ella me contestaba que Dios les daba un aceite especial para que las gotas resbalaran por sus alas.
-¿Pero y el pichón? - le preguntaba - Él no tiene alas y es tan pequeñito.
-A él lo protege su madre, así - y ponía sus enormes brazos arrugados y calientes sobre mí.
Al siguiente día, después de la tempestad, todo era cierto, el pichón estaba ahí comiendo del pico de su madre. Yo podía verlo desde la ventana.
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